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sábado, 25 de mayo de 2013

Abuelos, padres y nietos.

Ahora que acabamos de celebrar la Fiesta de los Abuelos de “Mis Amigos”, podríamos fabricar este post, queridos papis, presentándolo únicamente desde el prisma complaciente y -permitídnoslo- manido de ensalzamiento de la figura de los abuelos, destacando aquí exclusivamente su valioso papel como acreedores de honda experiencia y eficiente figura de colaboración en la educación de los peques, como elemento común en la integración familiar y hasta en la desintegración de desavenencias. Pero vamos a ir un poquito más allá.

Cada vez es más frecuente ver abuelos llevando el carrito de sus nietos y abuelas que esperan a mediodía la salida de los niños de los coles, sean coles de peques o de más mayores. Se trata de abuelos jóvenes que, para bien o para mal, viven una segunda paternidad, pues el nuevo rol de los abuelos es consecuencia de los cambios en las estructuras familiares y de los difíciles horarios de trabajo de sus hijos, los papis.

Sin embargo, el papel de los abuelos también es difícil en la sociedad actual. Cuidar y educar a los hijos es diferente de cuidar y educar a los nietos. Esta es la primera reflexión que debemos hacernos en las relaciones que se deben plantear con los abuelos en las familias. Porque en no pocas ocasiones, la reiteración de la demanda de actuación de los abuelos ha supuesto una carga excesiva para muchos de estos y es normal que su papel haya distado en ciertos momentos de ser el más efectivo en determinados casos. Y sobre esos casos, no es infrecuente que algunos especialistas hayan lanzado avisos como los siguientes: “a los hijos se les educa, a los nietos se les consiente”, o “en muchos casos ellos mismos se creen con el derecho que les otorga el servicio que prestan para establecer normas poniendo en cuestión la opinión de los padres”. Ponen el acento crítico en la incidencia de los abuelos cuando se ejerce una labor “suplantadora” sobre la de los padres, presentando los siguientes planteamientos:
  • ¿Cuál es la tarea que se debe encomendar a los abuelos en la sociedad de hoy?
  • ¿No será excesiva la responsabilidad que se deja en manos de los abuelos, teniendo en cuenta sus edades avanzadas en muchos casos?
  • ¿Saben cuidar y educar a los niños de hoy con las exigencias que la actual sociedad demanda?
  • ¿Se benefician los niños con el cuidado de los abuelos?

En realidad, a nosotras nos parecen planteamientos que se alejan de la tradicional figura de los abuelos en la educación de los niños, como si en el S.XXI se necesitase que los abuelos certificaran su homologación en una sociedad de cambio globalizado. No. Los abuelos han sido y serán siempre los abuelos (así de sencillo) por mucho que su participación requiera de unificación de criterios, toda vez que nuestra sociedad les reclama mayor participación con los nietos debido a las circunstancias.

Así es: como piezas fundamentales para el mantenimiento de la unidad familiar, los abuelos son portadores de la historia, transmisores de cultura y en muchas ocasiones ejercen –como al principio sugeríamos- una labor de mediación en los conflictos entre papás y nietos. Históricamente, la figura del abuelo ha sido un referente en la vida de las familias, ligada, sobre todo, a la infancia de los niños. Pero, ¿es esa figura determinante hoy en día? Efectivamente, los abuelos pueden y deben cuidar a los nietos, pero eso sí: huyendo de la cesión gratuita y la superprotección. Por ello deben saber querer, y ello significa que deben ser capaces de delimitar y establecer las diferencias entre “el mínimo razonable” o manifestación de cariño que no debe fallar, y “el mínimo nocivo” que es sinónimo de protección excesiva. Saber querer es saber dar, pero también es saber exigir. El clima de amor, que es la base de la estabilidad de la familia, se enriquece con la intervención de los abuelos sabiendo equilibrar el cariño sano con la exigencia educativa.

Los abuelos deben enseñar a los nietos guiados por el criterio de padres y madres, criterio que siempre será de exigencia y comprensión, por lo que es de absoluta necesidad evitar contradecir los planteamientos educativos de los papis. En todo momento debe haber una determinación de papeles, horarios y tareas para los abuelos y otras que son competencia exclusiva de los padres. De esta forma, esta claridad evitará roces y creará un clima de confianza que favorecerá los intercambios educativos y las peticiones de consejo o de ayuda dirigidas a los abuelos en caso de necesidad extraordinaria.

Y es que, queridos papis, no lo olvidemos: algunos abuelos -todavía jóvenes- han visto perder su independencia al dedicarse al cuidado de los nietos más pequeños para poder ofrecer a los padres no sólo la posibilidad de afrontar su vida laboral, sino incluso la posibilidad de una diversión fuera de la vida familiar. Por ello, cuando a los abuelos se les exige demasiado, estos también deben ser conscientes de la necesidad de establecer límites. Y es que los abuelos no están para suplantar la educación sino que su función es, fundamental y sencillamente, dar cariño y ofrecer su valiosísimo ejemplo de serenidad y equilibrio basado en la profunda experiencia. Por tanto y en respuesta a la pregunta que nos hacíamos unas líneas más arriba, nuestra conclusión es que sin duda alguna, la figura de los abuelitos es tan determinante como necesaria.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!


Fuente: E. Serra, C. Rico. “Abuelos y nietos: abuelo favorito, abuelo útil” (2007).

domingo, 12 de mayo de 2013

¿Cómo gestionamos los celos?


Los celos son una emoción determinada por sentimientos de envidia y recelo hacia otra persona, que surgen como consecuencia del afán de poseer algo de forma exclusiva. Se trata de un comportamiento afectivo defectuoso que el niño expresa ante el temor a lo que él pueda entender como "ser desatendido" o "perder el cariño de sus padres" (sobre todo de la madre como principal figura de apoyo). Con frecuencia, los celos aparecen en los niños tras el nacimiento de un hermano y suelen manifestarse a partir del año y medio hasta los siete años, siendo más frecuentes en niños que en niñas y más acusado cuando ambos hijos son del mismo sexo.

Seguro que a estas alturas, queridos papis, sabéis que hasta cierto punto los celos constituyen una respuesta normal. Una respuesta que se acentúa más en unos bichillos que en otros, pues algunos rasgos de la personalidad del peque –como la inseguridad- son más favorables a la aparición de los celos. Lo más importante es aprender a distinguir los celos normales de los patológicos pues, si persisten en el tiempo, conviene pedir ayuda especializada.

Nuestras pulguillas nos dan “pistas” enseguida manifestando los celos a través de cambios de su conducta: se vuelven desobedientes, rebeldes, pueden llegar a pegar o a morder a su hermano o compañero de clase… Otros se sienten tristes, débiles, ocasionalmente se niegan a comer, a jugar, se vuelven “llorones” y demasiado dependientes de la madre… Puede producirse, asimismo, algún retroceso en su desarrollo: mojan la cama, se chupan el dedo, utilizan un lenguaje más infantil…
Por eso es importantísimo determinar el origen de los celos, de igual manera que necesario es crear un ambiente familiar y escolar de aceptación y respeto. Para ello, es bueno que lleguemos a acordar pautas comunes por parte de todos los adultos (papis y amigos de papis, familia y seños) que rodeamos al niño y con ese objetivo los expertos nos aconsejan:
  • Alabar los éxitos
  • Reconocer el sentimiento de los celos como algo natural
  • Aceptar las conductas de retroceso en su desarrollo
  • Ofrecerle la oportunidad de expresar su malestar
  • Potenciar el contacto con los demás niños de su edad
  • Preparar al niño ante la llegada de un nuevo hermanito
  • No hacer comparaciones entre los niños
  • Establecer reglas, independientemente de la edad
  • Asignar responsabilidades a cada uno de ellos
  • Reforzar la cooperación entre ellos
  • Evitar descalificaciones entre ellos

Y ante la llegada de un nuevo hermano:
  • Resaltar la importancia de tener hermanos y lo positivo que conlleva
  • Evitar las frases que recriminen sus acciones (“no lo toques”, “aléjate, que no me fío de ti”…)
  • Elogiar todo acercamiento del niño al bebé
  • Involucrar al niño en las tareas del cuidado del bebé
  • Valorar al niño delante de familiares y visitas
  • Evitar comparaciones entre los dos y resaltar lo bueno de cada uno
  • Dedicar tiempo en exclusiva para el niño en el que compartáis aficiones, diversiones e intereses.

Recordad, por tanto, que los celos son una expresión de sentimientos. No se trata de rabietas ni de formas condicionantes (por parte de nuestras fieras) de “imposición” de su realidad. Es una reivindicación que debemos tratar con la obligada sutileza y el mayor de los cariños hacia nuestras pulguillas, en aras de reconducir un sentimiento de rechazo e infravaloración en el menor tiempo posible.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Franco Royo, T. “Vida afectiva y educación infantil” (1998)

domingo, 5 de mayo de 2013

Sí, los niños pegan. ¿Y qué?


Generalmente, dos son los motivos por los cuales los niños pegan. Son enfoques que responden a periodos de desarrollo (aunque os parezca confuso, queridos papis, así es) y que necesitan de la correcta orientación, tanto en casa como en el centro: el periodo de autoafirmación y el normal proceso ante la intolerancia.

En efecto, en el primero de ellos el comportamiento se manifiesta habitualmente con la usual conducta a “decir a todo que no” o a no querer hacer nada de lo que se les propone. Su conducta prevalece sobre las sugerencias y establecen un sano proceso de rebeldía, pues es síntoma de que comienzan a aprender a tomar decisiones… por mucho que esto pueda parecernos contradictorio. No os preocupéis: la persona tiende a establecer sus prioridades cuando no concuerdan con las de los demás. Y es aquí cuando entra en juego el segundo de los factores que provocan la reacción de pegar: el proceso de intolerancia. Algo no sale como ellos quieren o no se hace lo que en ese momento quieren.

El niño no tiene todavía el control del lenguaje para expresar esas desavenencias suyas y su “negociación” es interpretada por muchos de los adultos como mera imposición. Sí, en cierta manera así es, pues el niño no ha desarrollado todavía la capacidad de razonamiento dialéctico y no puede por menos que manifestar su decisión mediante la tendencia a superponer su criterio ante determinado hecho mediante la agresión física. No es el caso de ningún alumno de “Mis Amigos” observar que esta actitud, pese a las correcciones de profes o papis, persiste. Pero sería en esos casos cuando sí habría que ocuparse más a fondo del tema, centrando la observación en determinadas variables que los expertos consideran como las más comunes:

  • Variables personales: la agresividad es más frecuente en niños con falta de autocontrol, quienes muestran baja consideración y respeto hacia los demás y manifiestan inestabilidad emocional.
  • Variables familiares: los niños expuestos a determinadas situaciones en casa (como la separación o divorcio de los padres), un clima permanente negativo (discusiones entre los mayores) o el uso de métodos educativos inadecuados, tienden a mostrar mayor agresividad ante sus iguales y los adultos.
  • Variables ambientales: la influencia de los medios audiovisuales como la televisión, o de situaciones ambientales en el entorno donde reside el niño, pueden ser también factores negativos que propicien un exceso de agresividad.

En los casos cotidianos y normales (dentro del desarrollo del peque) en los que las pulguillas usan el impulso físico frente a las contrariedades, las sucesivas correcciones de las seños junto a las explicaciones –adaptadas a su lenguaje- y nuestra proposición de que asuman con aceptación la circunstancia (o la orden) son siempre suficientes para terminar solventado las “graves contiendas” con un besito al contrario y pelillos a la mar, o de la manita de la seño –y besito que se lleva de premio- prestos a cumplir lo que se les acaba de mandar (lavarse las manos, recoger los materiales, ordenar los juguetes…). En cualquier caso, las consignas generalizadas ante las reacciones de los peques fuera de la Escuela son, casi por norma y según los expertos, las mismas:

  • Para mitigar la agresividad del niño, es preciso no someterse a sus ataques de furor y no acatar sus exigencias para que comprueben que no obtienen con ella ningún resultado.
  • Cuando hay que reprender al niño, no deben utilizarse castigos violentos ni actuar con dureza para que no lo tome de ejemplo. La suavidad y el diálogo tienen un efecto más calmante y relajante sobre él.
  • Es necesario desarrollar un ambiente familiar donde no se tolere la agresión física y se premien los comportamientos sociales positivos para que el niño compruebe que estos son los adecuados.
  • Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
  • No ser indiferente a sus ataques: si muerde o pega a otro niño es preciso intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es preciso que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás, y que debe disculparse por su comportamiento.
  • No actuar de forma exagerada ante el ataque para que no entiendan que morder o pegar es una forma de obtener atención rápida. Es mejor responder con tranquilidad, pero con firmeza.

Sólo en los mencionados casos de continua persistencia del problema sería necesario acudir a un especialista para reorientar las conductas del peque. Mientras no se manifiesten estas actitudes, el hecho de que los niños peguen forma parte de una conducta habitual que no debe encender innecesariamente las alarmas.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

sábado, 27 de abril de 2013

¿Previsión o sobreprotección?


Antes que nada es necesario distinguir qué es un acto aislado de un comportamiento educativo basado en la sobreprotección. El acto aislado es un reflejo natural e instintivo: ¿quién de nosotras (sobre todo, queridas mamis) no le hemos quitado algo a nuestro bebé de las manos por temor a que se lo trague? ¿Quién no ha bajado al peque del extremo de un sillón cuando nos está haciendo “malabarismos”? Sin embargo, cuando la sobreprotección se convierte en el argumento principal de nuestra forma de actuar como padres estamos haciendo, sin duda alguna, un flaco favor a nuestras fieras. Lo hemos sugerido en el contenido de otros posts: es necesario permitir que se enfrenten a las dificultades para hallar la solución por sí mismos. Sí, debemos ayudar cuando lo necesiten… pero no solucionarles constantemente los problemas como un objetivo al estilo “te doy todo hecho”. En muchas ocasiones, esto puede conducir a la constante supervisión para evitar que los niños realicen actividades que unos padres sobreprotectores pueden considerar arriesgadas y, lo que es peor, podrían llegar a derivar hacia la consideración de “molestas”.

Si los padres nos basamos en la orientación constante y supervisada de lo que un niño “debe” o “no debe” hacer obviando el carácter experimental del aprendizaje podemos correr el riesgo de llevar a cabo frecuentes llamadas de atención a nuestro peque sobre riesgos o peligros pretendiendo que, atemorizado por estos inconvenientes, no haga o deje de hacer algo que podamos desaprobar. Y aquí lo determinante es, queridos papis, que la supervisión de nuestros hijos jamás debe estar fundamentada en el temor. El temor coarta su desarrollo y condiciona de una forma incidente en términos negativos la capacidad de iniciativa de nuestros hijos. Y lo que tenemos que evitar son precisamente las consecuencias de la sobreprotección: la timidez y dependencia excesiva, el desarrollo insuficiente de las habilidades sociales, la inseguridad en sus relaciones por una creciente falta de confianza, la no asunción de responsabilidad por sus actos (siempre han sido los padres sobrerotectores quienes la han asumido), la falta de iniciativa, el sentimiento de inutilidad, el inadecuado desarrollo de la empatía, la futura dificultad para la toma de decisiones, la posibilidad de una personalidad desarrollada en el egocentrismo…

Nuestra obligación, queridos papis, no es tanto ser la "avanzadilla" de la observación y prevención de su entorno como el llegar a convertirnos en expertos previsores de las consecuencias inmediatas del acto inmediato del niño, ponderando el riesgo. ¿Va a caerse? ¿No va a poder encajar esas piezas? El beneficio de la conclusión subjetiva por ese aprendizaje experimental es mucho mayor que la súbita frustración por la sorpresa de la caída o la imposibilidad de terminar de montar el sencillo juego de Lego (por no hablar, por supuesto, de fomentar en ellos el reto y la constancia ante la dificultad, pero ese es otro asunto que hemos tratado y seguiremos tratando en otros posts). Por supuesto, no estamos hablando de permitir cualquier ocurrencia a nuestras fieras: el difícil arte de educar consiste en saber conjugar nuestros temores con nuestras aspiraciones y -por ende- su desarrollo, teniendo en cuenta asimismo los deseos de las pulguillas. Porque el niño no tiene la consideración de "un ser débil, ignorante e inexperto”. Es… un niño, en su fase natural de desarrollo. Claro que, en el fondo, nos gustaría que no se equivocaran, que no tuvieran que sufrir por nada, quisiéramos tener en nuestra mano la facultad de evitarles en todo momento y lugar cualquier contratiempo… pero eso ni es posible ni aconsejable.

Para que lleguen a convertirse en individuos capaces de actuar y afrontar sus propias circunstancias, han de aprender a desenvolverse por sí mismos (evidentemente, cada cual en su medida según edad y personalidad –pues no todas las pulguillas son iguales, ¿verdad) y para ello, a través del aprendizaje “ensayo / error” llegarán a ser capaces de crear sus propias estrategias de actuación y resolución de conflictos. ¡Ánimo! Vuestra labor encontrará el complemento en nuestro trabajo desde el Centro.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Albor-Cohs. “Perfil de estilos educativos” (1998).

sábado, 20 de abril de 2013

Educar en el esfuerzo.


Nos encontramos en una sociedad llamada “de bienestar” (y a pesar de la época por la que atravesamos, “de consumo”) en la que muchas pautas educativas parecían ofrecer la posibilidad de acceder, casi sin esfuerzo personal, a todas las necesidades como si siguieran esta secuencia: “me apetece / lo quiero / lo tengo / de inmediato”. Y a la larga, la consecuencia de esto es la incapacidad para soportar esfuerzos asociada a sentimientos de impotencia, frustración, no valoración de las cosas, incapacidad de disfrutar y falta de reacción ante la adversidad.

Por ello, queridos papis, es necesario prepararles para responder ante los “conflictos” y ayudarles a potenciar la fuerza de voluntad, la capacidad de superación y el desarrollo futuro de una sólida personalidad. Así, los expertos nos presentan una serie de criterios generales para potenciar el valor del esfuerzo en nuestras pulguillas:

  • Enseñarles a asumir responsabilidades (por básicas que sean) y a ser autosuficientes.
  • Ayudarles a controlar sus impulsos para que sean capaces de demorar sus gratificaciones o “recompensas” y aprender a tolerar la frustración. Y –lógicamente- para ello conviene no ceder a sus caprichos e incluso trazar con ellos en casa un básico programa de tareas (abrochar botones, atar cordones de zapatos, juguetes ordenados, asearse solos…).
  • Destacar el esfuerzo que hay detrás de los logros.
  • Dosificar regalos.
  • No permitir dejar las cosas sin acabar.
  • Acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su cumplimiento.
  • Enseñarles con nuestro ejemplo a superar con humor situaciones frustrantes y aprender a tener metas “realistas” ("¡Ahí va! ¿Has visto, Nacho? A papá no le ha salido... Bueno, no pasa nada: vamos a hacer este otro más fácil y luego ya lo intentaré otra vez con el difícil").
  • Procurar que compartan, regalen y participen en pequeños actos solidarios (regalar sus juguetes en determinadas campañas a los niños más necesitados, empezando así a conocer el concepto del desprendimiento junto al de la generosidad).
  • Proponer objetivos concretos que podamos controlar diariamente.
  • Comenzar a introducirles en lo que se convertirá en disciplina a través de pequeños hábitos progresivos (los mencionados programas básicos de tareas convertidos en costumbre).

Lejos de ser considerado un “logro”, comenzar a educar a las fieras en el valor del esfuerzo es una necesidad, por cuanto que los niños requieren de un patrón de conducta, una referencia por la que ordenar su propio entorno social. Como podéis deducir del artículo, queridos papis, a ello no es únicamente acreedora la Escuela: esta es una de las derivadas del común esfuerzo entre vosotros y nosotras en la correcta orientación de vuestros (y nuestros) peques.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Villanueva, M. J. “Programa de apoyo familiar” (2007).

domingo, 14 de abril de 2013

La importancia de la educación musical infantil.


En la educación musical se da un proceso de aprendizaje en el que se distinguen dos momentos consecutivos: el trabajo inconsciente, en el que el niño escucha o expresa a través de la música sin darse cuenta de ello, y el trabajo consciente en el que la seño –oportuna y progresivamente- irá haciendo consciente al niño de sus propios aprendizajes (¿os acordáis de la “motivación b2b” cuando hacíamos referencia a la lectoescritura? Pues con la música es lo mismo). 
En este proceso de aprendizaje se suceden varias etapas:

  • Escuchar un amplio abanico de sonidos en el que ya puede empezar a “ver” y distinguir los diferentes sonidos.
  • Imitar, en un principio, una mera repetición de sonidos sin tener consciencia de lo que ha repetido y poco a poco será capaz de reproducir conscientemente lo que ha escuchado (estos “ensayos” –imitaciones y repeticiones- son imprescindibles para conseguir el dominio de las habilidades musicales que permiten la interpretación de los sonidos escuchados).
  • Reconocer y distinguir entre diferentes sonidos escuchados anteriormente. A través del reconocimiento, el niño identifica lo que escucha.
  • Reproducir. Es decir, repetir sin un modelo inmediato lo que anteriormente ha escuchado y ha imitado.

A la hora de seleccionar las distintas actividades musicales, tanto en “Mis Amigos” como en cualquier otro Centro debemos tener en cuenta criterios como el psicopedagógico (según edades, intereses del momento, características individuales…), el cultural (en nuestra ciudad goza de gran influencia tanto la tradición musical como el reciente contexto de las Fallas) o el tipo de actividad que se vaya a desarrollar (pausadas o dinámicas).

Oír música significa escucharla, y esto requiere de atención. Pero la atención de las fieras es muy dispersa, de corta duración e incluso superficial y por eso hay que ir educándolos lentamente (pues su progreso es paralelo a su maduración). Así, la educación musical abarca desde escuchar a la seño cantando una canción (nota para los papis escépticos: nuestras seños cantan muy, pero que muy bien) o incluso tocar un instrumento (no, no tenemos piano en la Escuela pero sí triángulo, flauta, xilófono, clave, etc., y esta actividad es fundamental para inicial a los peques en la audición) hasta escuchar la grabación de autores clásicos, orquestas populares o incluso algún autor moderno (de contenido no excitante, pues produciría un efecto contrario al que buscamos: la atención).

Por eso las audiciones que preparamos son breves, de escasos minutos. No pretendemos que las pulguillas estén atentas durante todo el fragmento; en realidad, sólo atienden al comienzo y después –como siempre- esa atención se torna intermitente (¡qué le vamos a hacer!) Pero con ello, objetivo cumplido. Y por eso concluimos –para según qué edades- con retos elementales de análisis a los peques en relación al contenido musical mediante, por ejemplo, la distinción entre canto y orquesta o entre solista y coro.

Y aquí llega nuestra firme aseveración: nosotras os prometemos que si advertimos entre nuestras/vuestras fieras un futuro Domingo o Caballé, os lo haremos saber inmediatamente.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: F. Weber. “La música y el pequeño” (2001).

sábado, 6 de abril de 2013

¿Cuándo enseñar a leer y escribir?


¿Se debe esperar hasta los 6 años para enseñar a leer y escribir a nuestros alumnos? En la mayoría de las escuelas tratamos de que los niños empiecen a reconocer las letras e intenten enlazarlas formando las primeras palabras. Eso no significa que en el primer ciclo de Educación Infantil tengan nuestras fieras que poner en práctica el aprendizaje total y comprensivo de la expresión lectora y escrita. Ni siquiera en la segunda etapa (aunque esa fase corresponde a otros centros y no al nuestro) se propone como objetivo último adquirir la habilidad de leer y escribir perfectamente. En realidad, la Educación Infantil pretende constituirse como primera toma de contacto como aspectos didácticos referidos a la lectura y escritura, pudiendo ser considerados como experiencias de pre-lectura y pre-escritura. Tengamos en cuenta que en el pasado se consideraba la etapa de educación infantil exenta de contenidos en aprendizaje, constituyéndose como un periodo de juegos sin valor educativo. Afortunadamente, con el paso de los años fue cambiando esta consideración y hoy por hoy se valora la Educación Infantil como base de futuros aprendizajes académicos.

En “Mis Amigos” seguimos la corriente constructivista auspiciada por la motivación. Sin ánimo de liaros mucho, simplificaremos diciendo que la teoría constructivista (a diferencia de la biologista) remarca que la madurez del aprendizaje no solo responde a factores internos, sino que serán las experiencias que proporcione el entorno las que marcan inicio y desarrollo en la adquisición del conocimiento por parte del niño. De esta forma, el niño “construye” su aprendizaje a partir de sus propios conocimientos previos pues se trabaja con alusiones reales que forman parte de su propio entorno. ¿No os habéis preguntado nunca por qué están las letras “presentes” en el aula? Con estas se llevan a cabo asociaciones y combinaciones que, por ejemplo, les permitan aprender la configuración gráfica de su nombre.

Se trata de llevar a cabo una enseñanza y aprendizaje “personal” en relación a las características y necesidades de los bichillos, y esa es una de las razones por las cuales no nos basamos únicamente en los criterios de tal o cual editorial (descartando así una especie de “mecanización didáctica”). No, no es que en “Mis Amigos” nos desmarquemos de una estructura programativa sino que acuñamos fases flexibles que promueven lo que llamamos la “motivación b2b”: la creación de una disposición seño-alumno hacia el aprendizaje instaurando situaciones que creen entusiasmo, que verdaderamente despierten el interés de nuestras fieras hacia la lectoescritura con experiencias que les atraigan y actividades que les llamen la atención (como decíamos, comenzamos con el nombre del niño pasando a otras combinaciones apoyadas de imágenes o fichas –perro, árbol, etc.)

En resumen, durante años se consideró la edad de 6 años como punto de partida para iniciar la lectoescritura coincidiendo con el inicio de escolarización. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que la Educación Infantil es considerada la etapa necesaria que debe introducir al niño en sus primeras producciones orales y escritas. Y eso sí, mediante la puesta en práctica de experiencias que deben resultar motivadoras e interesantes para que nuestras pulguillas desarrollen adecuadamente y con mayor facilidad dichos aprendizajes.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: V. Silvestre. “Lectoescritura en Educación Infantil” (2007)